sábado, 30 de junio de 2012

La muerte de Jeanie (o el fin).


Jeanie murió. No puedo saber la fecha exacta en la que sucedió, desde hace ya algún tiempo habíamos dejado de mantener contacto. Su muerte, para mí, puede ubicarse temporalmente meses atrás, antes de su desaparición física. La muerte de Jeanie, de la cual yo me enamore, de Jeanie-para-mí, precedía (y acaso anunciaba) la muerte de Jeanie-para-todos, de Jeanie-para-el-mundo.
Tampoco pude conocer las causas de esta tragedia. Nadie me advirtió de su muerte, nadie me lo dijo, nadie me lo quiso decir. Simplemente salí un día como cualquier otro y caminé hacia el centro, para buscarla, para poder ver su silueta femenina absolutamente inconfundible entre tantas otras mujeres y no la encontré, y no la encontraré jamás. 
No me duele. Ya no importa. Nuestro amor, que supo contener características de lo eterno, murió mucho antes que ella. Las personas generalmente confunden la eternidad con la duración (para más información leer a Bergson, Jeanie no sabe quién es Bergson, jamás lo sabrá). Creen que el ser (como sustancia) que es eterno, un amor eterno, debe ser eterno por nunca cesar en su duración, por nunca dejar de durar. Discrepo en ese punto. Pensar de esa manera es absurdo. La eternidad es un instante, no tiene duración en el mundo exterior, sino en nosotros. Puede ser una mirada, un beso, una caricia, un golpe, un dolor, una plenitud. Un instante que se detuvo en nuestra consciencia y que, aunque la esencia, o sea el ser que produjo ese instante, ya no este, ese instante permanezca en nosotros, ya en la memoria, ya en el espíritu, ya constituyéndonos y condenándonos a ser lo que somos. Esa es la razón por la cual el enamorado contrariado cree que su dolor es eterno. Lo es, porque mientras el recuerdo de la persona amada dure en su consciencia, jamás podrá librarse de él, ni de su inmenso dolor. Si la esencia de un amor se va (si se va la persona amada) el amor se convierte en otra cosa, en algo que aún hoy escapa al lenguaje, que apenas si la palabra “ausencia” puede describirlo; pero no, no alcanza, porque la ausencia es algo que no está, y la mujer amada está para el enamorado en todo lugar y en todo momento; nada libera al enamorado de esa presencia ausente, de esa molesta forma de estar como apenas un esbozo de lo que ya no es ni va a ser jamás. 
El amor sigue, cambia el signo representante de ese amor, o sea, la persona.
Ya no es Jeanie, pero será otra, inevitable e indudablemente será otra, debe ser otra. Y cuando lo sea creeré que esa persona es la única, que jamás amé ni amare a alguien más que ella. ¿Qué importa? Las pieles, los ojos, el espíritu de la persona que amamos son siempre los mismos, aunque pertenezcan a otra persona. Ya comienzan a ser otros ojos los que amo, ya hay otra persona que quiere ocupar un lugar. Y su boca, que al tocarla, me dice "Vos sabes que necesitas un tiempo, yo se lo que es el dolor". Ella está y quiere estar y va a estar. Quizás la amaré y ya Jeanie no será más que un recuerdo triste, apenas percibido en días de lluvia, apenas visto cuando alguien me prometa amor. Ya Jeanie no será más que un signo de que nada dura, de que jamás voy a poder amar sin presentir (Discepolo, Jeanie no lo conoce). Ya Jeanie no será más que una figura más en la colección de traidoras, de mujeres que nunca estuvieron satisfechas y que nunca lo estarán, porque están buscando algo fuera de categoría. Ella buscó en mí, y buscará en otros hombres de seguro, algo que ninguno le podrá dar, algo que yo no le pude dar, porque no pertenece al amor.
Jeanie murió. Ahora camina de la mano de otro hombre, se acuesta con él, renace, vuelve a ser cada día un poco más, pero luego menos, porque todo amor (toda vida) no es más que el intento fallido de algo que quiere crecer, crece y se autodestruye; porque todo amor (toda vida) lleva en sí mismo el mismo germen que lo destruirá. Pero no importa, porque yo se que Jeanie ya murió.

lunes, 18 de junio de 2012

Escena 18. Diálogo (Fragmento de un guión en desarrollo)


Ya desvelados y parcialmente sobrios, sin encender la luz, Mariano y Lucía comenzaron un diálogo que duró apenas unos minutos, o tal vez no duró nada, tal vez el tiempo no alcanzó a medirlo, tal vez solo lo imaginaron.

Mariano:(luego de exhalar el humo del cigarrillo)
 Debe haber algo más que todo esto.

Lucía: ¿Más que qué?

Mariano:
 (enderezándose en la cama) Más que esto, más que esta vida. Más que esta red de actos cotidianos cada uno clasificado y guardado con mucho orden; lo que llaman rutina, cada una con su autor, sus fechas y su fundamento: la inercia de la suerte, la causalidad.


Lucía: ¿Vos te referís a lo de "las rosas se marchitan, los amores mueren, los niños crecen" etc.?

Mariano: Si, eso. Quién sabe si esta cara, hermosa, que veo que llevas puesta hoy es la que verdaderamente tenes. Nuestras percepciones son extremadamente escasas y solo conocemos lo que ellas nos permiten conocer. Es algo muy débil como para confiarle toda la idea de la realidad.
En fin, quien es capaz de saber si yo soy Mariano y vos Lucía. Tal vez no seamos más que viejos símbolos que existieron siempre: Ulises y Penélope, Dante y Beatriz, Quijote y Dulcinea, Horacio y La Maga. Somos representantes de una obra que acaso es la única obra escrita, la del amor. ¿Entendes lo que quiero decir?

Lucía: Entiendo...  (Con gesto pensativo) Es la idea de que todos los amores son un mismo amor. Toda mujer es una sola mujer-esa mujer-, todo hombre es solo un hombre-ese hombre-. Aunque te equivocaste en algo: Beatriz era símbolo de Fe, no de amor.

Mariano: Si, pero acaso el amor y la fe son las mismas cosas.

Lucía besa a Mariano.

Mariano: (sonriéndose) Sin embargo, por más escasas que sean nuestras percepciones, dejan entrever en una grieta algún tipo de intuición. Una intuición que me da esperanza.

Lucía: ¿A qué te referís? ¿Qué ilusión?

Mariano: Quién sabe, Lucía. Que quizás la muerte es otra cosa que el cese completo de la vida. Dejando de lado las interminables e estúpidas cuestiones religiosas, puede suponerse (o puedo suponer yo al menos) que quizá la vida nunca termina, quizá la muerte sólo nos transforma en algo más grande, en algo que nuestros órganos sensoriales y nuestra percepción no alcanza a percibir

Luego Mariano y Lucía se amaron hasta que las primeras luces del alba iluminaron la habitación.

sábado, 9 de junio de 2012

ÚLTIMA PALABRA DE NAPOLEÓN BONAPARTE


El 17 de octubre de 1815 el emperador Napoleón es retenido por los británicos en Santa Elena (isla perteneciente a la colonia inglesa, situada en pleno océano atlántico a 1900 km de África y 2900 km de Brasil).
Algunos de sus fieles aceptaron compartir su reclusión. Uno de ellos era Emmanuel de Las Cases, quién escribiría allí mismo el memorial de Santa Elena, dictado por el propio Bonaparte. 
Napoleón muere el 5 de mayo de 1821 aún estando en la isla
No voy a detenerme en si la muerte de Napoleón fue producto de cáncer de estómago, afección hepática o envenenamiento. Tema que aún hoy está en discusión. Quiero señalar sus últimas palabras, las palabras que dijo en su lecho de muerte, que fueron las siguientes: “Francee, l´armée, Joséphine” (Francia, ejército, Josefina.)
Siendo Bonaparte emperador de Francia no me asombra que allá dicho el nombre de su estado. Siendo un militar conocedor de tantas victorias no me asombra que haya dicho “ejercito”. Lo que me asombra y en lo que me quiero detener es en la última palabra, en la palabra “Josefina”.
Josefina de Beauharnais, vizcondesa de Beauharnais, fue la primera esposa de Napoleón. El la hizo coronar en diciembre de 1804 emperatriz de Francia, (según se dice Napoleón, al ser extranjero, necesitaba casarse con una mujer francesa). Como ella era incapaz de darle un hijo heredero, finalmente se divorciaron poco después de 1810. Josefina la buena (como la elogiaban los franceses) se retiró entonces a su castillo (el castillo de Malmaison) donde finalmente murió en 1814.
Para mí que Napoleón haya dicho el nombre de Josefina antes de morir me parece un hecho asombroso. Él nunca la dejo de amar. La recordó hasta la muerte y, en el momento final, enunció su nombre con, sospecho, no agonía, sino felicidad. El amor hizo que ella siempre esté en su recuerdo.
¿Qué nombre diremos nosotros en nuestra Santa Elena? ¿Qué nombre diremos antes de morir?