Jeanie murió. No puedo saber la fecha exacta en la que sucedió, desde hace ya algún tiempo habíamos dejado de mantener contacto. Su muerte, para mí, puede ubicarse temporalmente meses atrás, antes de su
desaparición física. La muerte de Jeanie, de la cual yo me enamore, de Jeanie-para-mí,
precedía (y acaso anunciaba) la muerte de Jeanie-para-todos, de
Jeanie-para-el-mundo.
Tampoco pude conocer las causas de esta tragedia.
Nadie me advirtió de su muerte, nadie me lo dijo, nadie me lo quiso decir.
Simplemente salí un día como cualquier otro y caminé hacia el centro, para
buscarla, para poder ver su silueta femenina absolutamente inconfundible entre
tantas otras mujeres y no la encontré, y no la encontraré jamás.
No me duele. Ya no importa. Nuestro amor, que supo contener
características de lo eterno, murió mucho antes que ella. Las personas generalmente
confunden la eternidad con la duración (para más información leer
a Bergson, Jeanie no sabe quién es Bergson, jamás lo sabrá). Creen que el ser
(como sustancia) que es eterno, un amor eterno, debe ser eterno por nunca cesar en su
duración, por nunca dejar de durar. Discrepo en ese punto. Pensar de esa manera es absurdo. La
eternidad es un instante, no tiene duración en el mundo exterior, sino en nosotros. Puede ser una mirada, un beso, una caricia, un golpe,
un dolor, una plenitud. Un instante que se detuvo en nuestra consciencia y que,
aunque la esencia, o sea el ser que produjo ese instante, ya no este, ese
instante permanezca en nosotros, ya en la memoria, ya en el espíritu, ya
constituyéndonos y condenándonos a ser lo que somos. Esa es la razón por la
cual el enamorado contrariado cree que su dolor es eterno. Lo es, porque mientras
el recuerdo de la persona amada dure en
su consciencia, jamás podrá librarse de él, ni de su inmenso dolor. Si la
esencia de un amor se va (si se va la persona amada) el amor se
convierte en otra cosa, en algo que aún hoy escapa al lenguaje, que apenas si
la palabra “ausencia” puede describirlo; pero no, no alcanza, porque la
ausencia es algo que no está, y la mujer amada está para el enamorado en todo
lugar y en todo momento; nada libera al enamorado de esa presencia ausente, de esa molesta
forma de estar como apenas un esbozo de lo que ya no es ni va a ser jamás.
El amor sigue, cambia el signo representante de ese amor, o sea, la persona.
Ya no es Jeanie, pero será otra, inevitable e indudablemente será otra, debe ser otra. Y cuando lo sea creeré que esa persona es la única, que jamás amé ni amare a alguien más que ella. ¿Qué importa? Las pieles, los ojos, el espíritu de la persona que amamos son siempre los mismos, aunque pertenezcan a otra persona. Ya comienzan a ser otros ojos los que amo, ya hay otra persona que quiere ocupar un lugar. Y su boca, que al tocarla, me dice "Vos sabes que necesitas un tiempo, yo se lo que es el dolor". Ella está y quiere estar y va a estar. Quizás la amaré y ya Jeanie no será más que un recuerdo triste, apenas percibido en días de lluvia, apenas visto cuando alguien me prometa amor. Ya Jeanie no será más que un signo de que nada dura, de que jamás voy a poder amar sin presentir (Discepolo, Jeanie no lo conoce). Ya Jeanie no será más que una figura más en la colección de traidoras, de mujeres que nunca estuvieron satisfechas y que nunca lo estarán, porque están buscando algo fuera de categoría. Ella buscó en mí, y buscará en otros hombres de seguro, algo que ninguno le podrá dar, algo que yo no le pude dar, porque no pertenece al amor.
Jeanie murió. Ahora camina de la mano de otro hombre, se acuesta con él, renace, vuelve a ser cada día un poco más, pero luego menos, porque todo amor (toda vida) no es más que el intento fallido de algo que quiere crecer, crece y se autodestruye; porque todo amor (toda vida) lleva en sí mismo el mismo germen que lo destruirá. Pero no importa, porque yo se que Jeanie ya murió.
Ya no es Jeanie, pero será otra, inevitable e indudablemente será otra, debe ser otra. Y cuando lo sea creeré que esa persona es la única, que jamás amé ni amare a alguien más que ella. ¿Qué importa? Las pieles, los ojos, el espíritu de la persona que amamos son siempre los mismos, aunque pertenezcan a otra persona. Ya comienzan a ser otros ojos los que amo, ya hay otra persona que quiere ocupar un lugar. Y su boca, que al tocarla, me dice "Vos sabes que necesitas un tiempo, yo se lo que es el dolor". Ella está y quiere estar y va a estar. Quizás la amaré y ya Jeanie no será más que un recuerdo triste, apenas percibido en días de lluvia, apenas visto cuando alguien me prometa amor. Ya Jeanie no será más que un signo de que nada dura, de que jamás voy a poder amar sin presentir (Discepolo, Jeanie no lo conoce). Ya Jeanie no será más que una figura más en la colección de traidoras, de mujeres que nunca estuvieron satisfechas y que nunca lo estarán, porque están buscando algo fuera de categoría. Ella buscó en mí, y buscará en otros hombres de seguro, algo que ninguno le podrá dar, algo que yo no le pude dar, porque no pertenece al amor.
Jeanie murió. Ahora camina de la mano de otro hombre, se acuesta con él, renace, vuelve a ser cada día un poco más, pero luego menos, porque todo amor (toda vida) no es más que el intento fallido de algo que quiere crecer, crece y se autodestruye; porque todo amor (toda vida) lleva en sí mismo el mismo germen que lo destruirá. Pero no importa, porque yo se que Jeanie ya murió.