miércoles, 18 de enero de 2012

על נחמה של הסבל האנושי

Los días largos no dan tregua. En invierno las cosas resultan mucho mas fáciles. El viento y lo gris de la estación  invernal siempre causó en mí una sensación de tranquilidad, de seguridad. Un orden de las cosas. 
Los actos que referiré tuvieron su lugar temporal e histórico en el verano de 1996, planeo enunciarlos sin la molesta exageración del escritor, que tiende a intentar llamar la atención del lector magnificando cada hecho cotidiano y casual los cuales pueden acontecerle a cualquiera de nosotros, los mortales. De todas maneras mi pudor barroco me salvará de caer en este error, que nos hace desear pulir nuestras tibias vidas para convencernos de que son obras de arte. No, nada de eso, el arte es otra cosa. Los hechos de la vida, son eso, solo hechos: algo que pasó, algo que ya no es, algo que será olvidado. 
El verano trae consigo la hipocresía de la gente, mas la trajo en el año 1996 donde, en mi país, se creía que todo era una fiesta. La clase media se escapaba hacía cualquier playa, preferiblemente a esas que los medios de comunicación describían como un "paraíso". Todos pretendían en verano ser personas felices, sin problemas ni preocupaciones, mientras disfrutaban de la pegajosa arena pegada en los pies y de las multitudinarias hordas de personas que se amontonaban en las aguas. Ignorar la necesidad de estas personas de disfrutar en el verano (y en la playa) sus vidas me parece estúpido, yo no ignoro tal necesidad, pero, por suerte, podía disfrutar de mi vida todo el año sin necesidad de moverme de la ciudad y creía que estas personas no hacían lo mismo por ser simplemente objetos en la tormenta capitalista a la cual se sometían consciente o inconscientemente.
Hasta febrero el verano transcurrió normalmente. En la ciudad la cantidad de autos disminuía totalmente y, en la noche, si se sabía virtuosamente a donde dirigirse, podía disfrutarse de la tranquilidad de una plaza en una noche con vientos cálidos. En esas plazas el amor yacía en cada banco encarnado en forma de adolescentes y, de vez en cuando también, la soledad encarnaba la forma de algún viejo. Aunque yo era joven veía en esos viejos un terrible espejo profético. Temía que mi destino fuese el mismo que el de ellos: el destino de la soledad y la tristeza. 
Una mañana recibí un envío postal. Con mas asombro que felicidad descubrí que provenía de Inglaterra y maquinalmente calcule que tan inoportuno paquete envuelto en papel madera había sido enviado por mi hermano menor, cuyos estudios filológicos cursaba en Londres. Mas extraño aún me pareció que el paquete no trajese adjunto alguna carta o nota (mi hermano era amante de la arrogancia, y sus jactancias me llegaban todos los meses en cartas). Solo estaba el paquete que deje sobre la mesa. (Algún temor que todavía no comprendo invadía mi mente, no podía abrir el paquete aún, sentía que no estaba preparado.)
En la semana siguiente decidí dejar de postergar un hecho que era inevitable y finalmente abrí el paquete. No me sorprendió que contuviese un libro. Al tratarse de un libro mi temor aumento. Si tenía pavor de abrir el paquete me imaginaba lo ardua que sería la tarea de leer ese libro. 
No puedo describir el horror inexplicable que producía tener ese libro en mi poder, el mero hecho de saber que reposaba bajo mi techo me producía insomnio.
Intentare ahora dar algunas referencias sobre su aspecto físico y sobre su contenido:
El libro se titulaba "על נחמה של הסבל האנושי" ( "Acerca del consuelo del sufrimiento humano"). Como habrán notado, por las letras, su idioma era el hebreo, la lengua sagrada. Consistía de mil setecientas páginas, todas ellas amarillentas, algunas estaban arrancadas, otras borradas. Su cuerpo era negro y las letras grabadas en oro. No poseía fecha de edición alguna y aún dudo que haya mas ejemplares como el que logre poseer. Se que provenía de Israel, aunque no se exactamente en que ciudad ha sido impreso. No había nombre de su autor ni ninguna otra información acerca de él. Supuse que era el primer libro de algún escritor pudoroso o que quizás, debido a su contenido, el autor había decidido preservar su nombre para no poner en riesgo su vida o alguna otra cosa de valor. 
Como ya he dicho era un libro tenebroso. Su presencia imponía algo de desorden, algo de incomodidad, pero como ya poseía el hábito de leer cuanto escrito llegara a mis manos comencé a hojearlo.
Entendí, al comienzo del libro, algún tinte filosófico y religioso. La redacción era hermosa, casi poética. En los primeros capítulos hablaba sobre las antiguas tragedias humanas y sobre como los afectados por estas tragedias pudieron reponerse al dolor, a la miseria, o a tantas otras desgracias. Parecía un libro optimista. 
Llegada la mitad del libro el asunto se revertía. Nombraba como a pesar de la fuerza que utilizaban estos hombres miserables las desgracias continuaban acechándolos. Contaba como grandes hombres, nobles y con esperanza, después de reconstruir sus casas, luego de un terremoto, perdían algún familiar cercano. Según el libro existía cierto poder cósmico obligado a equilibrar el universo. Según la cantidad de dones y de maestrías que uno poseía, mas adversidades y tragedias debían soportarse. Varios hombres pagaron sus dones siendo odiados, otros siendo asesinados, otros siendo incomprendidos. Se establecía mediante el sufrimiento una compensación a ciertas habilidades poco usuales. Así los poetas, los filósofos, los sabios, las personas bellas, las personas nobles y honestas, las personas valientes debían pagar con una cuota de sufrimiento sus regalos divinos. Lo horroroso de este asunto era que, no importaba que tan grande fuese tu maestría, siempre la tragedia compensatoria iba a ser mucho mas grande. El poseedor de algún don estaba realmente condenado al fracaso y al sufrimiento. Cada hecho de su vida, cada obra, cada acción, quedaría reservada para el olvido, en cambio, cada dolor que se sufría se sentía eterno.
Luego de leer el libro caía en una depresión. Comprendí que toda dicha es solo el prólogo de un sufrimiento mucho mayor. Entendí que las satisfacciones que nos dan nuestros dones son efímeras y que entre cada una de ellas hay  largos lapsos de tiempo donde el dolor y el sufrimiento reinan.

lunes, 16 de enero de 2012

Bosquejo de una teoría de la libertad-

Borges ha dicho, en su cuento "El inmortal", que el mejor placer era el del pensamiento, por su complejidad y su misterio. Yo he de mencionar, con el permiso de Georgie, otro placer aún mejor y que resulta mas real (mas físico, me atrevo a decir) que el mero pensamiento insustancial, aunque quizás sea un producto de este: El placer al que me refiero es el de la elección.
La elección no es otra cosa que el ejercicio de una libertad que ha sido dada al hombre por medio del razonamiento.
La libertad nos proporciona el goce de poder decidir cada una de nuestras acciones. Evaluamos las consecuencias, los beneficios, es decir los resultados, y así, de esta manera, elegimos cada acción que hemos de realizar. La libertad no consiste en estar fuera de una prisión; la libertad consiste en la capacidad de elegir, en la responsabilidad de elegir, y en asumir las consecuencias de esa elección. Incluso cuando nos vemos obligados frente a algo somos libres, porque podemos decidir obedecer a eso o no. Podemos elegir romper con la moral y ética establecida o no (véase el superhombre de Nietzsche). Podemos elegir morir o no (véase El Sísifo de Albert Camus). Podemos elegir vivir bajo la influencia de las masas o llevar una vida acorde a nuestras propias reglas (véase Ser y Tiempo de Heidegger). El ser humano siempre elige, incluso según Sartre  
"el torturado elige hasta cuando lo torturan".
Si, correcto, existen miles de factores que condicionan  nuestras elecciones (el estructuralismo ya las ha nombrado varias veces): el lenguaje, nuestra dialéctica heredada, el contexto político, el contexto social, el contexto geográfico, el contexto económico, la religión. Pero aún con todo esto, la libertad esta presente en nuestra conciencia, o al menos, puede ser alcanzada. Si esto no fuera así no existirían las revoluciones, las rebeliones. Se puede desviar la historia, se puede superar el periodo histórico en que vivimos. Así ha pasado varias veces en la historia, basta con solo ponerse a leer para darse cuenta que, mediante las cadenas de acciones y elecciones (toda acción es el resultado posterior de una elección) de varios sujetos, se construyeron cosas que superaron a las ya establecidas, de lo contrario aún estaríamos en la edad de piedra y de la rueda no habríamos hecho autos, y de las palabras no habríamos hecho poemas.

lunes, 9 de enero de 2012

La planta del olvido.

Existieron en el pueblo donde me crié varios jardineros que se jactaban de poseer cierta planta. No se trataba de una planta corriente. Mitologías no del todo estúpidas afirmaban que dicha planta producía un fruto que, ingerido mediante su disolución, era capaz de eliminar el recuerdo presente, siempre fastidioso, de un fracaso en el amor. 
Los jardineros se jactaban porque eran unos de los pocos privilegiados en su oficio capaces de hacer germinar tan codiciada y útil planta. Este hecho era visto como una alquimia vegetal, una conjunción de varias semillas indochinas. Las viejas del pueblo creían erradamente (o tal vez no) que era una especie de droga.
Me recuerdo en esos días como un joven demasiado romántico. Me irritaba que la planta fuera tan necesitada y tan vendida (hombres y mujeres formaban largas filas en los viveros para adquirir la planta del olvido). Yo tenía una novia hermosa llamada Julieta, a la cuál amaba profundamente y, a cambio de esto, recibía de sus ojos verdes amor infinito. Cuando solíamos cruzarnos con estas filas de desdichados y desesperados yo enunciaba con tono de poeta : "Jamás, nunca yo compraría esa planta. El olvido es mucho mas infierno que conservar el recuerdo de una dicha pasada." Julieta abría sus ojos, me miraba con admiración y luego me besaba.
Meses después Julieta, mi amada de ojos verdes, me abandono. Creo que se fue con otro hombre que, según mis vecinos, era mucho mas inteligente, atractivo y adinerado que yo. 
Pase un tiempo intentando sacar provecho de semejante tristeza. Compuse un vals, escribí unos versos. Era inútil, al momento de mostrar mi arte ella ya no me escuchaba como antes lo hacía. Mis creaciones carecían de fin, porque el único fin era ella, y ella ya no estaba.
Harto de mis penas decidí comprar la planta. Los efectos fueron rápidos y efectivos. La olvidé, por un tiempo. 
Mi torpeza me permitió volver a recordarla. Me había olvidado quemar o esconder los versos escritos para ella. Descuidadamente los había dejado sobre el escritorio de mi habitación. Cuando termine de leer las últimas lineas todos los recuerdos habían regresado. Derrame algunas lágrimas que mojaron la hoja. Sentí la espina dorada de la pasión en el corazón clavada, la misma que sintió Machado. 
Descubrí esa tarde que el arte siempre vence al olvido.