jueves, 8 de diciembre de 2011

Lo buscado. Lo encontrado. Lo perdido.

Muchos hombres (sobre todo los más inteligentes) han conocido alguna vez el momento del vacío. Ese momento donde lo perdido también es lo desconocido. Donde alcanza a notarse una desesperación que solo puede definirse como tener la certeza de que se debe encontrar algo, pero no saber que. Al menos a mi me lo han explicado así. Y lo ha hecho gente de la más interesante labia. Sobre todo los hombres de bar que, todos sabemos, son siempre los que están buscando algo. Más que buscar lo esperan. Es así, dicen que salir a buscarlo es inútil, que en la mayoría de los casos buscar eso solo puede llevar a la locura y al suicidio, entonces conviene más esperarlo. Los que no lo están buscando no lo hacen por miedo. Prefieren distraerse con programas de televisión, libros tontos, falsos amores, trabajos dichosos, y sobre todo, con dinero.
Al interesarme sobre el tema (a esa altura yo ya sabía que también estaba buscando eso) decidí recorrer bares y hablar con algunos hombres para lograr así una especie de construcción de concepto que me ayudara a buscar eso o, al menos, reconocerlo cuando llegara. 
Muchos me dijeron que se encuentra dentro de nosotros, que es algo que se despierta, una chispa escondida y dormida, a punto de arder. Este concepto no me ayudo. Lo que yo estaba buscando no estaba dentro de mí, era algo que sabía que no me pertenecía. Otros se jactaban de saber que lo que se busca se encuentra fácilmente en el arte. También por supuesto desconfié de esto, pues, mis grandes devoradas de música, libros, pinturas y sueños (porque el sueño es un arte) nunca me habían otorgado ninguna respuesta, al contrario, habían creado en mí varias dudas. De todas maneras de vez en cuando me encontraba con tipos serios, que solo hablaban de negocios y de dinero, y esto realmente, solo lograba que tome más y que me diera mas sueño.
Había decidido dejar de buscar. No encontraba no solo lo que buscaba, sino tampoco su definición. La desesperación caía sobre mi estómago y poco a poco comencé a bajar de peso. Mi aspecto era terrible, como el de un enfermo. Uno de los últimos días que me había prometido buscar, me encontré con un tipo de aspecto muy parecido al mío, pero peor. Le invite una copa para que no se alejara y me senté frente a él.  Mis palabras fueron claras y, tal vez, demasiado bruscas.
 -Vos buscas lo mismo que yo. Decime si sabes lo que es.
El tipo no pareció sorprenderse con mi pregunta. Juzgo esa reacción de naturalidad como una prueba de que yo no fui el primero en hacerle semejante pregunta. No, varios más se habían sentado frente a él, preguntando.
La respuesta que me dio, fue simplemente esta:
-Lo que vos buscas yo ya lo encontré y lo perdí, que es peor. Si lo seguís buscando lo vas a encontrar, no te preocupes, pero debes saber, y te lo advierto como me lo advirtieron entonces a mí, que el que lo encuentra siempre lo pierde.
Sentí miedo y tristeza, es algo que no puedo negar. Entendí que si él me decía que era lo que debía encontrar, si me daba su definición, una pista,  yo lo encontraría. Saber que era lo facilitaba todo. No me decidía si escuchar su respuesta o no. El tipo se veía peor que yo. Lo único más terrible que no encontrar lo buscado, es perderlo.
De todas maneras debía encontrarlo. Es inexplicable, pero en ese momento uno quiere encontrar eso. Así que insistí.
-Lo que buscas pibe es a una mujer. El amor de una mujer, en verdad. Pero no creas que hablo de lo que se ve en las telenovelas, en las películas, o en los libros. No, escucha. Buscas a esa mujer. La mujer que es la otra parte tuya. La costilla de Adán, la costilla que te falta. Muchos hombres sienten que le falta su otra parte, pero no todos eh. Los que verdaderamente sienten la falta de su otra parte, de su mujer, la encuentran. No es un amor de años, no es un matrimonio. Es efímero, como un resplandor captado un segundo por el rabillo del ojo. Te vas a sentir lleno, no vas a tener miedo. Solo amando a esa mujer te vas a poder amar a vos mismo. Y eso, eso, es la felicidad. La plenitud del todo, del estar completo. Conseguir lo que nos falta. No sentir mas ausencia.Pero, ojo, después se va. Solo dura un momento.
-¿Vale la pena encontrarla?- pregunté casi inocentemente, vacilando. 
-Es hermoso. Vale cada puto segundo del sufrimiento que viene después, pibe.
Al salir del bar y despedirme del triste y buen hombre me crucé con una mujer. En sus ojos vi que era ella, la que yo buscaba. Me invitó entrar por una copa. Quise irme, alejarme, pero no logré ceder. No pude dejar de mirarla y acepté la invitación.
Hasta ahora no la he olvidado, pero entendí algo que los otros no entendieron, que nadie jamas entendió: No es necesario tocarla, no es necesario verla, no es necesario escucharla. Basta solo con saber que ella esta allí.  

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