domingo, 23 de octubre de 2011

Bastet

Antes que nada, debo comentarte que esta será la última carta que podré escribirte. Estoy muy seguro de que mi cartero lee tus cartas. Hace una semana cuando se acercaba a mi casa, y pisaba por mi césped tan verde, lo pude confirmar. Me posicioné frente a la ventana que mira hacía la calle, mateaba para disimular, y me quede esperando que apareciera. Finalmente apareció y en el momento en que fue a depositar tu carta yo abrí la puerta y, como quien sale a trabajar, camine hasta el buzón. Lo saludé y en ese momento confirme mis sospechas. En sus ojos vi tus letras, tus palabras. Vi cada línea escrita por ti. Me asusté y seguí caminando. Entonces decidí, para no verme obligado a asesinar a mi cartero (que sería terrible porque ya nadie mata a un cartero), pedirte que no me escribas más. Al menos hasta que a ese fisgón lo despidan. No creo que falte mucho tiempo.
Me gustaría que me cuentes más de las montañas. Las describís tan hermosas que aquí en esta maldita llanura se me hace imposible imaginármelas. Espero que estés bien. Hace ya 17 meses que mi ciudad no te tiene, que yo no te tengo. Me di cuenta que todos los bares, los restaurantes, y los cines son tediosos sin ti. Desde que no estás el cielo me parece tan pequeño. Ayer estaba rosado, el rosado se confundía con mis paredes, esas que pintamos en verano. ¡Que linda te veías pintada de rosa! Igual de inmensa que el cielo de ayer.
Aquí está todo tan normal. Parece que el tiempo no pasa, que no corre como antes. A veces creo que estoy muerto. Ayer un gato me encontró, y lo traje para mi casa. Estaba en un estado terrible. Es negro. Está medio viejo. Cuando me mira me recuerda a vos. Maúlla demasiado, considerando que se encuentra en un estado de salud terrible. Pero camina y me hace acordar a vos. No come demasiado, y no juega, pero me recuerda a vos. Y eso me alegra.
Busqué en mi biblioteca y encontré tu libro de sobre cultura egipcia. Aunque nunca me gusto lo comencé a leer, de todas maneras tenía la sensación de estar releyéndolo, seguramente porque siempre me comentabas esas cosas. Descubrí en tu libro que Bastet (o Bast para los amigos) es una diosa en forma de gato cuya misión es proteger el hogar. Causalmente descubrí que mi gato no es un gato, sino una gata. Y a veces creo que vos sabías todo eso y que mi gata no es más que una enviada tuya para protegerme. Lo veo en sus ojos, esta gata vieja e insoportable me protege.
Desde que lo descubrí, naturalmente, la trato con más cariño. Le doy de comer muchas veces. Por momentos la pierdo y no la veo más, y siento el mismo sentimiento de abandono que sentí cuando te fuiste. Pero luego la escucho ronronear y se sube a mi sillón y me alegro de que este allí.
Cuando regreso de trabajar le hablo de mi jefe, como lo hacía con vos. A veces estoy muy seguro de que entiende mis quejas.  
Mientras te estoy escribiendo se sube a las sillas y a mis muebles y me mira. Todavía me mira, y ya ha engordado, y se siente feliz, como yo. Nos acompañamos, somos muy parecidos.
Esta es la última carta que te voy a escribir, ella no quiere que lo haga más, me dijo que mi cartero leía tus cartas. Yo lo sé porque lo vi en sus ojos pero si no fuese por la gata jamás lo hubiese notado. También me dice que vos no existís y que ella no es un animal. No lo sé, no lo puedo saber. Por momentos creo que yo también soy un gato. Me he escuchado ronronear y me he sorprendido cazando palomas.
¿ Quién sabe si todos los gatos no somos más que humanos que se cansaron de esperar y de ser humanos?

1 comentario: