domingo, 13 de noviembre de 2011

Antúnez.

Hace ya varios años, en los bares que solía frecuentar de joven, se comentaba a menudo la desgraciada historia de un malevo de apellido Antúnez. Un hombre al que supieron respetar en la llanura. Intentare escribirla para el recuerdo de la posteridad, o simplemente, para el mío.
Se decía que su familia provenía de Portugal. Viajaron hacía España y luego llegaron aquí, a La Pampa, cundo aún los campos no estaban cercados con el alambre de opresión.
De su infancia no he escuchado mucho (dudo además que mucho se sepa), solo que el pequeño Antúnez se divertía montando a los caballos y que en poco tiempo llegó a ser un experimentado domador. La naturaleza le sentaba bien. En su juventud, ya adolescente, era normal verlo mateando y disfrutando del crepúsculo de la tarde. Era pacífico pero poseía gran habilidad para el cuchillo, resultado de tardes mirando absortó y asombrado el filo de una faca.
Cuando llegó a los dieciocho años de edad, su padre murió. Colmado de dolor llegó con su madre a nuestro pueblo. Era un joven taciturno y no se relacionaba con nadie. Incluso cuando se lo veía en los bares era normal que no hablara, aún entre el bullicio de los gauchos, con sus juegos de cartas y de perros, el permanecía en silencio y solo. Tenía dos debilidades: el alcohol y las mujeres.
En los prostíbulos encontró, lo que quizás inconscientemente buscaba, lo que marca a todo hombre para siempre: El primer amor.
Era una muchacha joven (algunos hombres me comentaron que era aún más joven que él) regordeta, y alegre. Era la favorita de todos, pero para Antúnez, que yacía bajo los efectos del amor, era la única.
En las noches que estuvo con ella, no solo disfrutaban relaciones carnales, si no que Antúnez pagaba incluso solo para hablar con ella, lo cual desesperaba a la hermosa mujer, que era toda una profesional y acostumbraba a cumplir su trabajo sin palabra alguna. Entonces, mientas a ella le ganaba el sueño y el aburrimiento, Antúnez le prometía sacarla de ese lugar, sin notar que a la joven muchacha esta idea no le producía ningún sentimiento alegre. El creía que sus respuestas  desesperanzadas eran solo el producto de promesas incumplidas de otros hombres que llegaron antes de él.
Luego de varios meses Antúnez se decidió obligarla a que ella dejara su oficio. Apareció en caballo prometiéndole una vida mucho más rica y más cristiana. Ella no aceptó, una vida desconocida no valía para ella más que una vida que ya le pertenecía, que era suya. Esto por supuesto llevó a una discusión, y los gritos llegaron hasta los oídos de los gauchos que bebían en el bar. Ellos no pudieron aceptar la ofensa del muchacho nuevo en querer llevarse a la favorita. Entonces comenzó un duelo con cuchillos. Tres gauchos contra Antúnez.
Al momento del crepúsculo el último hombre cayó al suelo. El joven portugués había derrotado a los tres paisanos. La joven prostituta al ver semejante acto de hombría y valentía corrió a declararle su amor al joven. Antúnez la insulto y le ordeno que volviera al prostíbulo. El ya había sentido el filo del cuchillo en la piel y había experimentado el asesinato. Esas cosas que anulan el amor. En esa pelea sintió algo más satisfactorio, mas profundo, y mucho mas real que el amor, y esto lo convirtió para siempre, en el malevo Antúnez, el portugués.

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