miércoles, 9 de noviembre de 2011

El predicador y el rey.

Interrumpen al hombre que predica,
(Que expuso hoy sus mejores palabras)
Le tapan los ojos y los llevan sin ropaje
A lo que será su destino inefable.

Yo lo miro desde lo alto de mi torre,
Hecha de cristales o de soles,
Mientras  árboles sirven de guardianes,
Como caballeros verdes formidables.

El sol cae en el mágico ocultamiento,
Crepúsculo hermoso que refleja de luz a las aves,
El sol se apaga y el que predica sabe,
Que ellos apagarán también su palabra esa tarde.

La luz que vio no era la de un ángel
(Ellos no podrían salvarle)
La luz era la de la hoguera
Que comenzaba a consumarse.

Las personas como buitres se agolpaban,
Se empujaban para ver el espectáculo
Del gran predicador de palabras santas
Que moriría esa tarde en aquel patio.

Desde lo alto de mi torre, la ventana abierta
El viento que llegaba a penetrar mis ideas,
Trajo tristeza al saber que el hombre aquel
Moriría por creer y tener fe.

No grite cuando sucedió
Eso que a la gente le gustó,
No grite pero lloré,
Lloré del ocaso al amanecer.

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